Nuestro corazón, al igual que el resto de nuestros órganos, necesita para su correcto funcionamiento la llegada de nutrientes y principalmente de oxígeno. Esta llegada ocurre a través de vasos sanguíneos llamados arterias. Denominamos arterias coronarias a aquellas arterias encargadas de conducir la sangre y los nutrientes que transporta, hasta la pared del corazón, pared cuyo componente principal es un músculo: el miocardio. La obstrucción de las arterias coronarias por placas de arteriosclerosis, compuestas fundamentalmente por colesterol, produce una limitación o anulación de la llegada de sangre y sus nutrientes al miocardio. Cuando una placa de arteriosclerosis obstruye más del 70% del calibre de una arteria coronaria producirá un déficit en la llegada de oxígeno al miocardio en aquellos momentos en que las necesidades de oxígeno aumenten: realización de un esfuerzo, situaciones de estrés, exposición al frío, periodos de digestión,... El miocardio sufre por esa carencia de oxígeno (isquemia) y origina el síntoma de dolor torácico, por lo general opresivo, en ocasiones irradiado a cuello, espalda o brazos, que por lo general desaparece en varios minutos (menos de 30 minutos) conjuntamente con el cese del esfuerzo, el reposo o la administración de medicamentos vasodilatadores (nitroglicerina). El miocardio se recupera completamente. A este episodio de sufrimiento o isquemia miocárdica reversible se le denomina angina de pecho.
En otras ocasiones una placa de arteriosclerosis, frecuentemente de pequeño tamaño y que no había dado síntomas previamente, se erosiona en su superficie y ocasiona de forma aguda, rápida, un trombo sanguíneo que tapona totalmente la arteria coronaria dejando una parte del miocardio sin oxígeno. Ese fragmento de miocardio muere y ocasiona una cicatriz que persistirá durante el resto de la vida. A esta lesión definitiva e irreversible de un fragmento del miocardio se le denomina infarto de miocardio. Los síntomas son semejantes a los de la angina de pecho pero habitualmente más prolongados, más intensos y con otros síntomas acompañantes: fatiga, mareo, vómitos, gran ansiedad y angustia, etc. |